Eran ya las 8 de la mañana y el vestíbulo del edificio colonial, hoy sede del Museo de Arte Costarricense, que albergaba al aeropuerto de La Sabana, con sus bancas de madera labrada, se encontraba lleno de pasajeros para los vuelos nacionales e internacionales, haciendo contraste notorio entre los humildes pasajeros locales, con la elegancia del vestir de los pasajeros internacionales, donde damas y caballeros lucían sus mejores prendas para viajar, distinguiéndose los varones por su vestido entero de botones cruzados y el típico sombrero.
Mientras tanto, en la terraza del segundo piso con su baranda de hierro, se apretujaban familiares, amigos y curiosos que disfrutaban de contemplar los aviones aparcados en la rampa del aeropuerto y la vista hacia el oeste del Valle Central.
Para aquel entonces, el Parque de La Sabana era el límite natural de la ciudad hacia el oeste y daba albergue al aeropuerto así como a numerosas canchas deportivas y espacios recreativos de los que disfrutaban los vecinos de San José.
Para las 9 de la mañana estaba programado el vuelo #7 de LACSA a la población de Los Chiles, en la frontera norte con Nicaragua, cuya comunicación dependía exclusivamente de las vías fluviales y aéreas. Hacía tres días que el vuelo se suspendía por las malas condiciones del tiempo, afectado por un temporal típico de la zona atlántica en esta época del año. El tiempo había mejorado ligeramente y había una expectativa de que se pudiera efectuar el vuelo.
En la rampa el TI 1005, un avión DC3 de LACSA, era preparado para ese vuelo. Varios asientos en la parte delantera de la cabina de pasajeros se habían levantado y plegados a la pared de manera tal que cedieran espacio a la numerosa carga y a la vez dejar libre veinte asientos para los pasajeros que después de tres días de espera, deseaban ansiosos llegar finalmente a su destino. Junto al avión en la rampa, el camión de la TEXACO ajustaba el combustible requerido.
El Capitán Ricardo Vargas, yo como copiloto y Juan Rodrigo Guerrero como sobrecargo, éramos la tripulación asignada para este vuelo.
Techo estimado 1000 pies, visibilidad 2 millas. Llovizna intermitente. Campo húmedo. Esta última anotación tenía un significado muy especial: El aeropuerto de Los Chiles, como la mayoría de los aeropuertos nacionales en esa época, eran áreas cubiertas de zacate y a veces una mezcla de lastre. Después de tres días de lluvia eso significaba que la pista estaría inundada de agua.
Abordaron los pasajeros. Cumplimos los chequeos y procedimientos correspondientes y despegamos de la pista 07. Sobrevolamos ligeramente la ciudad y virando hacia la izquierda proseguimos en ascenso hacia el noroeste. Llegando sobre la ciudad de San Ramón volamos 345 grados nivelados a 7000 pies de altura. Entramos en la capa de nubes y empezó a llover. No había ayudas a la navegación. Volábamos por rumbo y tiempo. Cinco minutos después empezamos el descenso en turbulencia moderada y lluvia constante. Al llegar a 2000 pies entre nubes dispersas y una ligera llovizna, intermitentemente lográbamos ver parte del terreno. Pudimos identificar el campo de aterrizaje por la caseta con techo de aluminio que hacía las veces de “terminal”. Estaba inundado. El Cap. Vargas viro a su derecha a manera de mantener el campo a la vista e iniciamos un patrón de tráfico. Hicimos las comprobaciones para el aterrizaje y finalmente nos establecimos en la trayectoria final.
Tocando me subís los flaps para que no se dañen con el agua, me dijo el Capitán. Pasamos sobre la cerca del campo ligeramente sobre 80 millas de velocidad. Aquello fue un “amarizaje”, el agua acumulada era como una laguna y pasaba sobre las alas del avión. Finalmente logramos detenernos afortunadamente dentro de la pista donde el control direccional del avión era casi nulo. Continuamos hasta el final y nos estacionamos frente a la caseta terminal. Llame a radio LACSA: “Vuelo 7, Los Chiles a las 41 / 43”
Se inició el desembarco de los pasajeros y la descarga del avión bajo una llovizna constante.
Sentado en la cabina del avión pude identificar, en el camino que unía al pueblo con el aeropuerto y al frente de la carreta y los bueyes una figura familiar: Era CHOMBO. Moreno, alto y flaco con su sombrero de lona blanca y un pedazo de plástico a modo de capa para cubrir su cuerpo. El guiaba los bueyes y la carreta que transportaba el equipaje y la carga. En este caso los sacos de arroz y frijoles que llevaríamos en el vuelo de regreso a San José.
Se inició la carga del avión. Chombo con una facilidad incompatible con su contextura física, se echaba los sacos al hombro, subía la escalinata del avión y los iba depositando, uno a uno, en la parte delantera de la cabina.
Abordaron los pasajeros y estuvimos listos para el vuelo de regreso a San José. El despegue fue otra odisea en aquella pista inundada. Aproximadamente 40 minutos después estábamos de regreso en La Sabana.
Pasaron los años. Al mando de un AIRBUS A320 de LACSA en vuelo de Miami a San José, puedo distinguir entre nubes dispersas el pueblo de Los Chiles.
En mi mente despiertan los recuerdos: Y Chombo, y los bueyes y la carreta? Adonde estarán?
Chombo, dondequiera que estés: Gracias, Muchas gracias por haber ayudado con tus bueyes y tu carreta. Por haber cargado aquellos pesados sacos……
Cpt. Jose Pablo Gonzalez
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